El lenguaje que todos utilizamos en nuestra comunicación diaria con los demás es una herramienta que ha ido puliéndose con el paso del tiempo, hasta convertirse en un instrumento capaz de lograr los más diversos fines. Tradicionalmente, los estudiosos de la lengua abogaban por lo que se conoce como el verificacionalismo, es decir, la valoración de aquellas expresiones que describen un estado de cosas o un hecho y que poseen por tanto la “virtud” de ser verdaderas o falsas. En este post veremos cómo es posible manejar la herramienta del lenguaje para “cubrirse de gloria” en los discursos.
Más allá de la verdad o de la falsedad
«How to Do Things with Words» (1962) es una obra póstuma del filósofo del lenguaje John Austin, cuya revalorización del lenguaje corriente le llevó a desarrollar una de las líneas de investigación lingüística más importantes dentro del pensamiento contemporáneo. Austin estudió y enseñó en Oxford, donde llegó a ocupar la cátedra de Filosofía Moral desde 1952 hasta su muerte, en 1960. A pesar de que su producción escrita no es muy extensa, la influencia de sus ideas –difundidas en clases, conferencias y seminarios y recogidas por su alumnos en sus obras póstumas de 1962 y 1970– es indiscutible. Su filosofía del lenguaje corriente propugna el uso de un lenguaje llano, es decir, claro y simple, alejado de la jerga altamente especializada e incomprensible que muchos de sus contemporáneos consideraban indispensable para transmitir las ideas filosóficas.
Así lo explicaba el propio Austin en una de sus conferencias:
No tenemos que retroceder muy lejos en la historia de la filosofía para encontrar filósofos dando por sentado, como algo más o menos natural, que la única ocupación interesante de cualquier emisión es ser verdadera o, al menos, falsa. Naturalmente, siempre han sabido que hay otros tipos de cosas que decimos (cosas como imperativos, las expresiones de deseos, exclamaciones), algunas de las cuales han sido incluso clasificadas por los gramáticos […]. Pero, con todo, los filósofos han dado por sentado que las únicas cosas en que están interesados son las emisiones que registran hechos o que describen situaciones con verdad o con falsedad.
J. Austin, Ensayos filosóficos, Madrid, Revista de Occidente, 1970, pp. 217-218
Austin nos muestra el uso el lenguaje como herramienta. Además de aserciones o enunciados declarativos que expresan una realidad susceptible de ser calificada como verdadera o falsa, como “En Toastmasters Sevilla hay oradores brillantes” –sin lugar a dudas, esta es una proposición verdadera–, en todas las lenguas existe una variedad de estructuras con las que llevamos a cabo una acción que va más allá del mero acto de pronunciar tales palabras. Por ejemplo, afirmar en el grupo de WhastApp no oficial de los miembros de Toastmasters Sevilla “Os prometo que en septiembre acudiré a donar sangre” implica la realización de un acto de habla. En este caso se trata de una promesa y el hablante que la formula lleva a cabo la acción de prometer. Por eso constituye lo que Austin denomina un enunciado realizativo.
Otro ejemplo prototípico de enunciado realizativo es “Sí, quiero”, una expresión ritual que, formulada en las circunstancias comunicativas adecuadas, conlleva una serie de efectos legales de los que nuestro compañero Paco Valverde trata de librar a muchos “incautos” –por favor, no me tomen a mal la ironía–. Aunque su trabajo sería muy diferente, por ejemplo, en la India, donde la mera formulación de la palabra “Talaq” tres veces le permite obtener a un hombre –nunca a la mujer– el divorcio.
¿Qué se entiende por “gloria”?
Austin distingue entre acto locutivo, ilocutivo y perlocutivo. El locutivo es el que tiene lugar por el mero hecho de “decir algo”, al emitir una serie de sonidos que constituyen palabras, en una determinada construcción y con un cierto significado. Por ejemplo, resulta muy conocido el diálogo que mantienen en Alicia a través del espejo y lo que encontró allí (1871) la protagonista de esta segunda novela infantil de Lewis Carroll y el huevo antropomórfico Humpty Dumpty –un nombre propio que suele traducirse en las ediciones en español como Tentetieso–:
─[…] ¡Te has cubierto de gloria!
L. Carroll, Alicia a través del espejo y lo que encontró allí, Madrid, Akal, 2003 [1871], p. 34
─No sé qué se entiende por “gloria” –dijo Alicia.
Tentetieso sonrió desdeñosamente:
─Naturalmente que no… hasta que yo te lo diga. ¡Significa que es un argumento aplastante en tu contra!
─¡Pero “gloria” no significa ‘argumento aplastante’! –objetó Alicia.
─Cuando yo empleo una palabra –dijo Tentetieso en tono despectivo- significa exactamente lo que yo quiero que signifique: ni más ni menos.
─La cuestión es –dijo Alicia– si puede usted hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.
─La cuestión es quién manda –dijo Tentetieso–; nada más.
Alicia se quedó demasiado perpleja para decir nada; así que al cabo de un minuto Tentetieso empezó otra vez: “Algunas tienen su genio…, los verbos sobre todo: son los más orgullosos; con los adjetivos se puede hacer lo que sea, pero con los verbos…; ¡sin embargo, yo puedo manejar todas las palabras!
El lenguaje como herramienta del orador
Lógicamente, el orador no puede hacer que las palabras signifiquen lo que él desea en un momento dado, a pesar de que a la hora de formular un discurso ostenta el turno de habla y, por tanto, es el que “manda”. Pero el orador brillante sí es capaz de “manejar todas las palabras” para formular actos ilocutivos. Estos son los que se realizan al decir algo (in saying something), o sea, con una determinada finalidad. Por ejemplo, no es lo mismo aconsejar o sugerir, preguntar u ordenar, etc. Cada uno de estos verbos posee una fuerza ilocutiva diferente. Así, con el enunciado “Todos contamos” –que la nueva junta de oficiales de Toastmasters Sevilla ha adoptado como lema– se persigue que todos los socios participen de forma activa en los proyectos del club.
Por último, el acto perlocutivo es el que se realiza por haber dicho algo (by saying something). Estos actos de habla tienen que ver con los efectos que suscita en los demás todo lo que afirmamos. Y es que nuestras palabras pueden provocar un determinado efecto en los sentimientos, pensamientos o acciones de aquellos que las escuchen.
«Dadme la libertad o dadme la muerte»
Un orador brillante es capaz de formular “argumentos aplastantes” –como aquellos a los que hace referencia Tentetieso– y conseguir con ello convencer a su auditorio de que tome parte en un determinado proyecto. Un buen ejemplo de esto lo constituye el discurso pronunciado por Patrick Henry el 23 de marzo de 1775 en la Iglesia de St. John, en Richmond (Virginia), considerado uno de los mejores discursos de la historia. Henry –abogado, dueño de una plantación y político norteamericano– fue uno de los principales instigadores del levantamiento contra los británicos, durante la Convención de Virginia. Sin embargo, las proclamas de Henry en contra del rey Jorge III y a favor de la independencia llevaron a sus conciudadanos a tomar las armas. Hasta el punto de que sus palabras le hicieron merecedor de ser incluido en la nómina de los “padres fundadores” de los Estados Unidos de América.
En Pathways, la plataforma desarrollada por Toastmasters International, se nos proporcionan numerosos consejos sobre oratoria, pero pienso que la lectura y el análisis reflexivo sobre la estructura –algo que no puedo hacer en este post, pues supondría alargarlo en exceso– de los discursos que han logrado trascender el “juicio” de la historia pueden contribuir también a la formación de un orador brillante, por eso no me resisto a reproducir aquí un fragmento del discurso de Henry:
[…] Hemos hecho todo lo que se podía hacer para evitar la tempestad que se aproxima. Hemos formulado peticiones, hemos protestado, hemos suplicado, nos hemos postrado nosotros mismos ante el trono, y hemos implorado su intervención para que pusiera freno a las tiránicas manos del ministerio y del Parlamento. Nuestras peticiones han sido menospreciadas, nuestras protestas han generado más violencia e insultos; nuestras súplicas han sido ignoradas y se nos ha rechazado, con desdén, desde los pies del trono. […] Ya es demasiado tarde para retirarse. ¡No existe retractación sino es en la sumisión y en la esclavitud! ¡Nuestras cadenas se han quebrado! El estrépito de su fractura se escucha en las llanuras de Boston. La guerra es inevitable. Así pues, ¡dejad que venga! Repito, señor, ¡dejad que venga! […] Los caballeros podrán gritar: ¡paz, paz!, pero la paz ya no es posible. […] ¿Es la vida tan preciada, o la paz tan dulce, como para ser comprada al precio de las cadenas y de la esclavitud? ¡Impídelo, oh Dios Todopoderoso! Ignoro cuál es la decisión que otros vayan a tomar, pero en lo que a mí respecta, ¡dadme la libertad o dadme la muerte!
Patrick Henry, “Dadme la libertad o dadme la muerte”, cit. en J. F. Field, Discursos que inspiraron la historia, Madrid, Edaf, 2014, p. 43
En su discurso, Henry hace referencia a varios actos de habla ilocutivos, como formular peticiones, protestas e incluso súplicas dirigidas al monarca británico. Sin embargo, ninguno de estos actos parece lograr el efecto perlocutivo deseado: la independencia de las “tiránicas manos” del ministerio y del Parlamento británicos. Por eso incita a sus conciudadanos a tomar las armas, presentando capciosamente la guerra como una necesidad “inevitable” y recurriendo a la metáfora de la ruptura de las “cadenas”, como símbolo de la supuesta “esclavitud” a la que estaban siendo sometidos.
Cuentan que el discurso de Henry provocó un efecto hipnótico en la audiencia que, nada más concluir su intervención, exclamó: “¡A las armas! ¡A las armas!”; por lo que la Convención de Virginia decidió finalmente movilizar a sus tropas en contra de los británicos. Con sus palabras, Henry no solo consiguió el efecto perlocutivo que perseguía, sino que logró “cubrirse de gloria”, hasta el punto de que el enunciado “Libertad o muerte” se convirtió en el lema de movimientos revolucionarios de todo el mundo.
Por tanto, hacer cosas con las palabras, es decir usar el lenguaje como herramienta, nos puede servir para “cubrirnos de gloria” en los discursos. Y de eso sabemos bastante en Toastmasters Sevilla.
Ana Mancera
Es miembro de Toastmasters Sevilla desde noviembre de 2019.