La oratoria es un arte que cualquier humano debe cultivar. Pero además, la oratoria es un arte que debe ser evaluado. Hablar a los demás nos proyecta, pero ser evaluado, además, nos hace crecer.
La sociedad no valora -ni conoce- al ermitaño, o a quien se aísla de sus congéneres. Necesitamos compartir, comunicarnos. Precisamos levantar esa mano virtual para que nos oigan, comprendan y sepan lo que queremos. En suma, no estamos aquí para oficiar como mudos y sordos, excepto si tenemos la desgracia de no articular palabra o escuchar.
En la Roma y Grecia clásicas hablar en público era aplaudido, si el discurso tenía unos mínimos. Los tribunos subían al atril desmintiendo el origen divino del poder. Reyes, imperios, guerras o la política tienen formas de retórica singulares: órdenes, dogmas, arengas, consignas. Desde antiguo precisamos que nos hablen, que nos convenzan, que nos enseñen….
Hoy por hoy, entrado el siglo XXI, la oratoria con fondo social mutó al marketing, imagen de marca y a esa globalidad que resume en pautas nuestro microcosmos. Su principal intención es adormecer ese espíritu crítico que cualquier ciudadano, no súbdito, debe alojar en su mente. La amenazada libertad vive -encima- convulsiones, patentes con una pandemia de la percibimos un guion turbio: favorece a pocos, contagia a muchos, asusta a todos, engaña a demasiados y se explica fatal
El muro y sus rendijas
Estos días estivales invitan a la reflexión. Es ocasión de sacar ese tesón silente y potencial que tenemos. Las habilidades sociales cuando nos comunicamos vía pantallas deben pulirse. Ese ego que nos dice, a veces frente al espejo, que somos unos fieras queda huérfano. Se intuye un muro que parece infranqueable. Superarlo depende del coraje personal. Ese muro puede esconder escaleras laterales, huecos subterráneos o rendijas por donde saltarlo.
Hoy, con realidades que trasformaron nuestro cotidiano día a día (consecuencias y vacuna ante la pandemia, límites de movilidad, recesión económica,…) nos deben hablar para hablarnos, para conocernos mejor, para crecer. No es un juego de palabras. Comunicarse mediante discursos (improvisados o preparados) sabiendo que los conocerán interlocutores/as que los evalúen es un tesoro. Representa un puntal muy valorable.
Uno de los activos que más aprecio de la esencia pedagógica de Toastmasters es que evalúan al orador, y a quien evalúa. Esos dictámenes iluminan hasta lo más oscuro o desconocido de nuestro estilo comunicativo. El aprendizaje es bidireccional. Se beneficia quien escucha, quien habla, quien evalúa y quien valora a quien evalúa. Me parece acertado destacar lo bueno, detallar lo mejorable y describir la estructura. Esos son ejes que hacen del camino de Toastmasters atractivo, didáctico y enriquecedor.
Años atrás, dando clases o hablando en medios, pensaba que hablar en público era soltar palabras. No constataba la calidad del mensaje y si este era mejorable. Desde que frecuento sesiones de Toastmasters reta hablar en público. La oratoria sería hasta un desafío terapéutico, pues entiendo que nos hace más críticos con nosotros mismos. Más exigentes de la autoestima y factor de crecimiento personal sustantivo. La evaluación del discurso ajeno es un retorno (perdonen por obviar anglicismos como feedback) que endereza nuestras curvas dialécticas, nos enseña, nos hace humildes y cultiva esa oratoria que, repito, cualquier humano debe fomentar
Las rendijas del muro que titula éste párrafo están ahí. Al principio no las vemos. Si te evalúas tras ser evaluado ganas siempre. No se pierde nada. El espejo es cómplice para preparar discursos, pero aloja problemas: ni habla, ni critica, ni aplaude.
La evaluación nos hace pisar el terreno personal con objetividad, nos recuerda que somos humanos. No cracks venidos arriba porque así lo decidimos. Refuerza, además, el orgullo y ese tesón que marca retos para obviar errores. Quien te evalúa también será objeto de otro análisis. Esa no es otra historia. Eso es una cadena de activos para que la oratoria no sea una etiqueta más o menos creíble en cualquier persona.
El ego de hablar
Si vemos la televisión, oímos radio o navegamos por internet nos fijamos en quienes hablan en público. Hay quien explica decisiones del poder u opositores al gobierno, quienes enseñan, los que testimonian algo o quienes simplemente quieren compartir una experiencia o intimidad. Todos delegan parte de su ego hasta llegar a nuestras entendederas. Apreciamos o no lo que percibimos en base a distintos factores.
Esos discursos y lo subliminal no son evaluados por diversas razones. La ‘nota’ de la política toma temperatura en las urnas, las demás en la credibilidad del mensaje o empatía que le demos. Hablar por hablar, permítase la repetición, es banal, vacuo. No interesa a quien debe analizar como librepensador o fortalecer ese espíritu crítico que debemos salvaguardar.
El individualismo que nos hace consumir, crear metas materiales sobre espirituales debe transformarse en humildad. A veces, cuando hablamos y no nos oyen, pero sí percibimos la escucha. Recibir una evaluación sobre lo que hablamos nos enseña, alimenta y nos supera en fallos que sólo ve alguien ajeno a nuestra mente.
La experiencia, ya que en verano reflexionamos sobre el curso anterior, es que Toastmasters tiene un puntal que invito a profundizar. Evaluar discursos es polivalente. Es útil a quien hace el discurso, a quien lo analiza y a quienes tienen la ocasión de disfrutarlo.
Por todo ello, estimados lectores y lectoras, la oratoria es un arte que debe ser evaluado. Aprendamos de otros y otras para ser enseñados. ¡Evalúate! Sumarás vida y te sentirás mejor.
Juan Carlos Arias
Es miembro de Toastmasters Sevilla desde septiembre de 2019